El Imperialismo en el Siglo XX y la Nueva Revolución Mundial En este principio de siglo XXI

André Lopes Fernandes

Facultad de Ciencias Sociales – Universidad Mayor de San Andrés

ECO-99_Economía Política

M.sc. Carlos Arias

19 de junio 2025

El Imperialismo en el Siglo XX y la Nueva Revolución Mundial

En este principio de siglo XXI, cuando el continente asiático pasa por una emergente conflagración que nos puede llevar a la Tercera Guerra Mundial, tenemos que preguntarnos: qué es el imperialismo en el siglo XXI? ¿Y cuál sería su conexión con el sistema interestatal capitalista? Como bien dijo Lenin, “el capitalismo se ha transformado en un sistema universal de opresión colonial y de estrangulamiento financiero de la mayoría de la población del planeta” por algunos pocos países centrales. (Lenin, p. 6, 1975). En su crítica a Kautsky por haber abandonado la vía revolucionaria, y a todos aquellos que él llama de «oportunistas» de la socialdemocracia, Lenin establece que el Imperialismo es la fase histórica superior del capitalismo, en la medida en que este se encuentra en su período máximo de parasitismo y descomposición, siendo el «preludio de la revolución social del proletariado» (Lenin, p. 10).

A medida que avanza la expansión del capitalismo por todo el planeta a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la concentración de las empresas en monopolios causa la destrucción de la libre competencia tan pregonada por Adam Smith. En este proceso de concentración de capital, los grandes bancos terminan cerrando los pequeños establecimientos de crédito. Como dice Lenin, “esta transformación de los numerosos y modestos intermediarios (los bancos) en un puñado de monopolistas constituye uno de los procesos fundamentales de la transformación del capitalismo en imperialismo capitalista.” Como bien señala Lenin, en los Estados Unidos, a principios del siglo XX, reinaban absolutos sólo dos grandes bancos: Rockefeller y Morgan (Lenin, p. 47). Ocurre una simbiosis entre las empresas y el trust bancario hasta el punto de que en las sillas de los consejos de administración de los bancos también están grandes industriales (Lenin, p. 49). En este momento se expande el capital financiero cuando el banco se ve obligado cada vez más a aportar su capital a la industria (Lenin, p. 56). De esta forma, concentrados en forma oligopolios, los bancos pasan a desempeñar un enorme rol en la sociedad, deteniendo inmensos privilegios y prerrogativas como la “emisión de valores y los préstamos al Estado, estableciendo la dominación de una oligarquía financiera que impone tributos y domina todos los sectores de la sociedad (Lenin, p. 65). El predominio de esta oligarquía financiera sobre todas las demás formas de capital se expresa en el dominio de algunos pocos Estados centrales en el sistema financiero internacional. De esta forma, la supremacía del capital financiero, o el capitalismo en su más alto grado, inexorablemente se expande por la voluntad y necesidad imperial de la lucratividad y la conquista, siendo así mismo el propio Imperialismo (Lenin, p. 73).

Como dijo Vladimir Lenin, el imperialismo sería la “fase monopolista del Imperialismo” (Lenin, pág. 112). Sin embargo, para ser más preciso y distinguirse de la imprecisa denominación de Kautsky, Lenin divide el imperialismo en 5 elementos esenciales: “1. La concentración de la producción y del capital ha llegado a un grado tan elevado de desarrollo, que ha creado los monopolios que desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este “capital financiero”, de la oligarquía financiera; 3) la exportación de capital, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particular; 4) la formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y 5) la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes” (Lenin, pp. 112 y 113). Nada más es el imperialismo que el resultado del capitalismo en su máximo desarrollo con el reparto del mundo periférico entre los trustees de las empresas de las potencias centrales junto con la exportación inexorable de capital” (Lenin, p. 113). La expansión del capital financiero se alimenta de las guerras en busca de una dominación global – condición existencial para la primacía de las potencias Centrales. Y eso es precisamente lo que presenciamos hasta la actualidad: un sistema financiero internacional que, como un parásito, intenta sobrevivir frente a naciones emergentes que le pueden ofrecer resistencia: conocidos como BRICS, estos países ofrecen un nuevo sistema monetario y un nuevo comercio internacional, independiente del dólar, del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.

Como bien dijo Samir Amin, el sistema capitalista, por vocación, se convirtió en el “primer sistema social planetario” (pp. 88, 2011). Todos los pueblos están ligados, desde las fábricas polvorientas de Detroit hasta las diminutas islas de la Polinesia; todos los seres son influenciados por este sistema y su impulsor: el Imperialismo. Pero los países centrales no conseguirían nada sin la connivencia de las burguesías de los países periféricos. Estas burguesías periféricas son los representantes del imperialismo, ya sea a través de dictaduras militares o de gobiernos alineados con el capitalismo expoliador de recursos naturales; expoliación necesaria para mover las economías centrales del sistema capitalista interestatal. Para cumplir esta misión, es necesario la reproducción de los valores y estilos de vida en las sociedades marginales del orden internacional establecido. «Las burguesías del Tercer Mundo no conocen otro objetivo: imitan el modelo de consumo occidental y la escuela reproduce, en esos países, los modelos de organización del trabajo que acompañan las tecnologías occidentales» (Amin, p. 88). 88).

Mismo que en la actualidad el exponente del imperialismo sean los Estados Unidos, no se puede olvidar que su inicio y fundamento ideológico surgieron en primer lugar en Europa donde, con el incremento de la producción en la segunda mitad del siglo XIX, se hizo necesaria la expansión imperialista en busca de nuevos territorios, mercados y recursos naturales: todo en nombre del “progreso y de la misión civilizadora” para con los pueblos “aborígenes” y “atrasados”. «La filosofía europea de las luces definió el marco esencial de la ideología del capitalismo europeo, basado en el materialismo mecanicista donde el progreso, la ciencia y la técnica imponen los valores en la sociedad y establecen las relaciones sociales» (Amin, p. 90). En realidad, el capitalismo crea una teología que divide el mundo entre desarrollados y subdesarrollados donde el imperialismo «civilizatorio» es justificado y todas las atrocidades tienen como objetivo un «bien mayor»: en una total inversión ahistórica, la barbarie es solamente una característica de los colonizados. Así que, paralela a la formación de esta “teología de la civilización occidental”, el imperialismo estuvo en dos fases de expansión: «la de su implantación (1880-1914) y la de después de la II Guerra (1945-1970): una primera gran crisis (1914-45) de la cual surgieron las revoluciones rusa y china, y una segunda, recientemente iniciada» (Amin, p. 109). Todos creían que después de la caída del muro de Berlín, todo terminaría. Francis Fukuyama, el “mesías” del “neoliberalismo humanitario”, proclamó el fin de la Historia. El hecho fue que de las ruinas de la Guerra Fría surgió el primer imperio global con alrededor de 800 bases militares y centros de vigilancia por todo el planeta para proteger “el mercado, los derechos humanos y los valores universales»: el «orden internacional basado en reglas»; el Imperio Americano. En la década de 1990, sin fronteras y sin ningún tipo de adversarios, Estados Unidos alcanzó un poder que ni sus mayores defensores habían soñado. Podríamos decir que, en palabras del economista Michael Hudson, había comenzado otra fase de expansión: el «Superimperialismo».

Desde que Otto Von Bismarck, canciller alemán, invitó a las potencias europeas a dividir el continente africano en 1885 en la Conferencia de Berlín, mucho ha pasado (Dolores, pg. 50, 2011). Las dos guerras mundiales imperialistas que ocurrieron en la primera mitad del siglo XX dieron lugar a un Imperio Global con más de 800 bases militares alrededor del mundo. El Imperio sufrió un serio “abalo sísmico” con la derrota en la guerra de Vietnam, pero en la sísmico con la derrota en la guerra de Vietnam, pero en la década de 1980 volvió con toda la fuerza a través de la implantación del sistema neoliberal (que tuvo como laboratorio la dictadura de Augusto Pinochet en Chile) que, según el geógrafo David Harvey, siempre fue un proyecto de poder. El neoliberalismo fue el fundamento ideológico para la expansión imperial en nombre de la “democracia” y la “libertad”: y así empezaron a derribar gobiernos y cometer verdaderos asesinatos en nombre de la nueva “ética mundial”. Como bien demuestra Naomi Klein, la técnica del «shock y pavor» (utilizada tanto en Chile en 1973 cuanto en la primera guerra del Iraq), nacida de experimentos en laboratorio con seres humanos, fue trasplantada a la «economía de guerra», mezclando el poder militar con reformas económicas impopulares implantadas mientras la población estaba desorientada en medio de una crisis creada por Los invasores: la estrategia era hacer que el “enemigo” perdiera la voluntad de luchar. Así que este Imperio parecía inquebrantable en medio de la institución del neoliberalismo totalitario en la década de 1990. Pero la historia del sistema capitalista internacional reservaba una sorpresa:

El resurgimiento de Rusia como un gigante militar y el levantamiento de una China que, utilizándose de las reglas del «juego» del “orden internacional”, invirtió las relaciones económicas y hoy no solo es la mayor potencia comercial del mundo, sino también el mayor acreedor de Estados Unidos. Con respecto a Rusia, como dice el profesor José Luiz Fiori, esta inició su contestación con la guerra de Osetia del Sur, en Georgia en 2008, con el objetivo de impedir la expansión de la OTAN que ocurría desde el fin del Pacto de Varsovia y de la URSS: en ese momento Rusia dijo «basta». Después de casi veinte años de desmantelamiento, humillaciones y desesperación del pueblo ruso causados por las políticas neoliberales de la década de 1990 (cuando el PIB llegó a ser similar al de la invasión nazi, causando incluso numerosas muertes por suicidios en el país), la Rusia de Vladimir Putin dijo “no, ustedes no avanzarán más”. Desde entonces, Rusia se ha establecido como un poder único en el sistema capitalista interestatal, amenazando la hegemonía occidental. Para el «terror» del “mundo libre», la pesadilla de Zbigniew Brzezinski (científico político y exconsejero de Seguridad Nacional de los Estados Unidos) finalmente ocurrió: China y Rusia resolvieron sus conflictos del pasado y hoy están más unidas que nunca. Durante toda la segunda mitad del siglo XX, Estados Unidos se preocupó por la posible unión de los dos gigantes asiáticos. Siempre fue un objetivo de los

Estados Unidos conquistar el «heartland» – la porción continental que va desde las tierras de Ucrania hasta el medio oeste asiático. Como bien describe el historiador marxista Perry Anderson en su obra “La Política Exterior Norteamericana y sus teóricos”, el Departamento de Estado se fundamentó, durante la segunda mitad del siglo XX, en la premisa del científico político Nicholas Spykman: quien conquistara el “heartland”, conquistaría Asia. Este pensamiento prevaleció gran parte del siglo pasado, desde George Kennan hasta Henry Kissinger, y sigue prevaleciendo como nos muestra la actualidad. La «operación Nixon” en China parecía haber resuelto este problema para siempre cuando Los Estados Unidos se acercaron al «Reino del Medio» y logró alejar a Mao Tsé Tung de Rusia. La «estrategia» parecía brillante. China se convertiría poco a poco en una economía de mercado y los últimos vestigios de resistencia terminarían para siempre con la caída del Muro de Berlín y una Unión Soviética económicamente destruida. En su infinita prepotencia, el Imperio se equivocó. La «transformación histórica» les dio una zancadilla: «Mao» y «Lenin» resucitaron en una nueva vestimenta con una fuerza que no imaginaban. Y ahora, «Zoroastro» se unió a los dos. Rusia, China e Irán luchan unidos contra el «Destino Manifiesto». Y tenemos un Oriente Medio en convulsión con un genocidio transmitido en vivo por cámaras de celulares. El Imperio está en desesperación. Por esta razón vivimos en un mundo en guerra y un morticidio nunca visto, tal vez, desde la Segunda Guerra Mundial. Como decía Luis Alberto Moniz Bandeira, «los imperios son más peligrosos cuando declinan».

Para la burguesía de los países periféricos, la agresividad imperialista norteamericana siempre pasó desapercibida, o incluso fue «bienvenida»: una «Pax Americana» en nombre de un mundo global kantiano que garantizara la ganancia y el pago de los intereses al sistema financiero internacional. Es necesario ser claro y decir que no existe un paraíso kantiano global: Estados Unidos tiene una larga tradición de apoyo al fascismo que va mucho más allá de las dictaduras militares en América Latina durante la Guerra Fría. En el inicio del gobierno de Franklin Delano Roosevelt, organizaciones fascistas en los Estados Unidos, simpatizantes de Hitler y Mussolini, intentaron un golpe militar porque se oponían a la política del «New Deal». Como registró Moniz Bandeira en su obra “La Desordem Mundial”, “grupos financieros e industriales, mayormente controlados por miembros de las veinticuatro familias más ricas y poderosas de Estados Unidos – entre ellas Morgan, Robert Sterling Clark, Rockefeller, Goodyear, Prescott Bush – urdieron una conspiración” (pp. 36, 2022).

 Tal golpe de Estado, financiado por estas familias, sería perpetrado por una organización fascista llamada la “Legión Estadounidense”. Ellos planeaban invadir la Casa Blanca, tomar a Roosevelt como prisionero y obligarlo a terminar con el New Deal. Este verdadero golpe de Estado perpetrado por familias millonarias simpatizantes del nazismo – que tenían a su disposición un ejército privado de quinientos mil ex-soldados y civiles – fue denunciado por el general Smedley Darlington Butler, oficial condecorado que se negó a participar en el complot (Moniz Bandeira, pp. 36 y 37). Se abrió una investigación, pero al ser encubierta por la prensa, esta quedó en el olvido. La verdad es que las élites norteamericanas siempre apoyaron el nazifascismo, como el propio abuelo del ex-presidente George W. Bush (Prescott Bush) que participó en el financiamiento de compra de armas al régimen del III Reich – trabajando como director del “Union Banking Corporation”, interconectada con la Corporación Siderúrgica Alemana – recibiendo 1,5 millones de dólares por sus servicios (Moniz Bandeira, pp. 40 y 41). Así empezó la fortuna de la familia Bush. Analizando el pasado de las élites norteamericanas, se hace más fácil comprender su disposición no solo imperialista sino también su profunda conexión con los regímenes más arbitrarios y genocidas del planeta, como vemos hoy lo que está ocurriendo con los pueblos árabes en todo el Oriente Medio desde hace más de 30 años – entre estos Irán, Siria, Irak, Yemen, Líbano y Palestina.  

Después de la derrota de Napoleón en 1815, el Congreso de Viena, bajo el liderazgo de las potencias vencedoras, estableció el llamado “concierto europeo”. La «Santa Alianza» (Rusia, Prusia y Austria) con el apoyo del Reino Unido harían todo lo posible para contener las revoluciones europeas inspiradas en los ideales de libertad de la Revolución Francesa. La reacción conservadora de los reinos absolutistas en contener la expansión de las ideas liberales sería derrotada por el ascenso, más que todo, del poder de la emergente burguesía y de una parte del campesinado que, finalmente, derribaron el absolutismo. Esta fue la «Era de la Revolución» de Eric Hobsbawm. Al parecer, vivimos una «segunda era de la revolución»… la “Revolución del Sur Global y de los BRICS” contra la hegemonía imperialista o, como parte de la extrema derecha tiene la costumbre de llamar, «globalista».

El término «globalista» requiere algunas reflexiones. El error de conceptualizar la dominación de las potencias centrales sobre las naciones periféricas como «globalismo» se debe al simple hecho de que la globalización es un proceso histórico y un hecho social – como mencionan los marxistas – que, desafortunadamente, ha sido capturado por el imperialismo. El llamado «globalismo» sería la imposición de una visión del mundo que, para algunos, serviría para justificar la expoliación de las naciones económicamente subdesarrolladas por los países centrales a través de la intervención financiera y, en última instancia, militar. Probablemente, esta era la razón por la cual el visionario geógrafo brasileño estructuralista Milton Santos buscaba una «otra globalización», cuando pocos lograban comprenderlo, incluso en su propio país. De esta forma, siendo la globalización un concepto tan amplio, creo que podemos dar razón a Allister Crooke – diplomático británico y ex-agente del MI6 – cuando dice que las naciones periféricas, principalmente aquellas que forman parte de los BRICs, están en un enfrentamiento de “vida o muerte” contra el “Globalismo Neoliberal”, o podemos simplemente llamarlo por el concepto que, aunque convenientemente “olvidado”, es el verdadero: el Imperialismo.

Vivimos en una era en la cual el mundo que tuvo origen en el post-1945 se está desmoronando, junto con algunos de sus principales arquitectos. Los motivos pueden ser varios: la interminable crisis capitalista (como dijo el profesor Luiz Gonzaga Belluzzo, “lo que vemos es la muerte de la economía”); el fracaso del sistema neoliberal y su capitalismo especulativo que no produce nada; los millones de refugiados en todo el mundo, resultado de las “guerras eternas” iniciadas en la década de los 1990; la precarización del trabajo frente a la informatización y automatización de la producción industrial; e incluso la crisis ambiental y energética frente al crecimiento de la demanda de una población económicamente desigual. Sin embargo, el principal factor de la crisis que vivimos es el hecho de que las potencias centrales – Estados Unidos y sus satélites – no se conforman con perder su hegemonía frente al ascenso de los BRICS, bajo el liderazgo de Rusia y China. Luiz Alberto Moniz Bandeira ya había vaticinado que los «dueños del mundo» iban a «caer disparando»… y cada día que pasa, nos acercamos más a la barbarie. Este es un escenario tan complejo que es casi imposible resumirlo. Iniciemos con la figura de Donald Trump, y lo que él de hecho representa. El «establishment» norteamericano ya venía perdiendo su prestigio internacional y su primacía ética desde antes de la presidencia de John Biden. Las guerras en el oeste de Asia, las “revoluciones de colores», el golpe de Estado en Ucrania y la inminente derrota del mismo gobierno ucraniano frente al gobierno de Vladimir Putin, fueron algunos de los presagios de la pérdida de la hegemonía de una superpotencia – Estados Unidos – que antes dictaba las reglas y poseía el control de la «ética internacional».

Los acorazados y portaaviones de norteamericanos surcaban los mares sin «olas y tempestades» desde la primera guerra del Golfo Pérsico cuando se colocaron como árbitros del mundo «democrático y liberal» y del sistema capitalista interestatal de la Posguerra Fría: «nosotros tenemos las armas y creamos las reglas». Y así siguieron hasta que se chocaron contra la revolución tecnológica militar rusa en la cual sus portaaviones amenazan solamente naciones que no poseen misiles hipersónicos. Si no bastara la supremacía militar, la economía rusa y su capacidad de resistir el mayor ataque de sanciones económicas de la Historia demostraron que el capitalismo privado neoliberal no es rival para el capitalismo nacional industrial. En este momento, se inicia un enfrentamiento no solo económico y militar, sino también ético y civilizacional. Donald Trump no es más que la más alta expresión de una élite decadente que busca, a toda costa, mantener su barco navegando en un mar que, antes libre de tormentas, ahora está repleto de «icebergs». El sistema neoliberal comienza a fragmentarse: se inicia una nueva «Era de la Revolución».

En realidad, esta «Era de la Revolución» está abierta a distintas interpretaciones: por ejemplo, para José Luís Fiori, catedrático de la UFRJ (Universidade Federal de Rio de Janeiro), el sistema interestatal originado en Europa está sufriendo un cambio histórico donde Estados Unidos pierde su relevancia y surgen China y Rusia dividiendo el liderazgo de un nuevo bloque económico, junto con Irán, disputando la hegemonía con el mundo anglosajón. Como en el sistema capitalista interestatal – defendido por Fiori – el poder que no se expande tiende a contraerse para dar lugar al otro en expansión, estas no serían buenas noticias para los apologistas de la paz. Para Fiori, lo que ocurre en el sistema interestatal capitalista son conflictos y disputas de áreas de influencia con “explosiones expansivas” que, poco a poco, contraen el Estado dominante y surge otra entidad hegemónica – en otras palabras, el sistema interestatal está en constante entropía. Alastair Crooke, exdiplomático británico, tiene una interpretación algo distinta. Para el intelectual escocés, lo que presenciamos, más que una nueva división del poder, se trata de un cambio de paradigma económico: Rusia sería la representante de la sustitución del liberalismo de Adam Smith por otro tipo de modelo capitalista: un capitalismo industrial y autárquico comandado por el ideal del interés colectivo como “motor” de la economía, en lugar del individualismo egoísta preconizado por el liberalismo inglés. De cierta forma es lo que defiende Michael Hudson en una de su última obra- “El Destino de la Civilización”. Siguiendo la opinión del eminente economista marxista de la Universidad de Missouri, el capitalismo industrial, en la figura de los BRICS, está sustituyendo al capitalismo financiero especulativo dominado por la moneda del dólar. Esto, más que todo, está fracturando el sistema capitalista interestatal y ocasionando los conflictos en el planeta. Este conflicto ha hecho sus primeras víctimas, entre ellas la Unión Europea que corre el riesgo de desmoronarse. La «Guerra de Tarifas», perpetrada por Donald Trump, es quizás la última jugada en el «gran tablero» para «dar la vuelta a la mesa», algo similar a lo que hicieron en la segunda mitad del siglo pasado cuando Estados Unidos elevó los intereses, ocasionando un “terremoto” financiero para surgir en medio de los escombros. El choque de los intereses, el reciclaje de los Petrodólares y el fin del acuerdo de Bretton Woods fueron los medios utilizados en esa época para mantener la hegemonía de los Estados Unidos, amenazada desde la derrota en Vietnam. Como bien defiende el profesor Fiori, se engaña quien cree que lo que está ocurriendo es una decisión únicamente del presidente Donald Trump”: la guerra de tarifas es una nueva estrategia global de las élites norteamericanas para destruir la «Torre de Babel» (el

“orden basado en reglas” que dicen defender) y volver a reinar sobre los mortales (Fiori, pg. 58, 2018). Pero, ¿lograrán esta vez con una Rusia y China unidas y superiores en diversos sectores tecnológicos y armamentistas? ¿Y si no lo logran, recurrirán a un enfrentamiento directo? El actual conflicto entre Israel y Irán, principal aliada de Rusia y China, puede expandirse por todo el continente “euroasiático”. Una guerra contra el país persa puede tener consecuencias globales catastróficas.  

China, que siempre ha sido discreta y tolerante ante los constantes «ataques» diplomáticos y económicos de los Estados Unidos, por primera vez aplica sanciones contra el país de Donald Trump. África comienza a liberarse de Europa. Asia se une cada vez más en torno a los BRICS. No pasará mucho tiempo y solo quedará América Latina para la colonización «política, financiera y militar» de los Estados Unidos. ¿Acaso el continente meridional tendrá el destino de una nueva Doctrina Monroe? En el siglo XX hubo la «Alianza para el Progreso» como negociación, y el «desarrollo a invitación». Pero ahora el Departamento de Estado no tiene nada que ofrecer que no sean fraudes electorales, “Lawfare”, golpes de Estado, e incluso amenazas de guerra, como en el caso de Venezuela. Ya no hay más negociación: un imperio en crisis económica no tiene nada que ofrecer que no sea su agresividad. ¿América Latina será de hecho el último territorio colonial, como previó Perry Anderson, mientras el resto del mundo sigue su propio destino? ¿Seguiremos juntos con los BRICS en esta nueva «Era de la Revolución», esta vez no comandada por una burguesía mercantil e industrial – que solamente tenía interés en derrocar el absolutismo y tomar el poder Sino por una unión de gobiernos soberanos, independientes del sistema financiero internacional? ¿Será, como dice Michael Hudson, que el «nuevo socialismo» está representado por la contracorriente que enfrenta el neoliberalismo totalitario: contracorriente que está representada y liderada por los BRICS? Las guerras «por poder» – y la guerra contra Irán – ¿no serían en realidad una guerra contra los BRICS? ¿Y si es verdad, habrá oportunidad para la paz? ¿O el choque en el sistema capitalista interestatal es un proceso inexorable? Esperemos que Marx esté equivocado y la Historia no se repita; esta vez, como farsa y tragedia. Todos sabemos a dónde nos llevó la disputa colonial entre las naciones europeas a principios del siglo XX. En aquella época, afortunadamente, las potencias centrales no tenían armas nucleares.

El sistema capitalista interestatal está constantemente en expansión. Pero todo indica que el sistema neoliberal anglosajón está llegando a su fin. Fadi Lama, ex consejero internacional del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, hace un pronóstico del destino del mundo bajo el liderazgo de los Estados Unidos. «Fueron cuatro décadas de políticas neoliberales y dos décadas de guerras que debilitaron estas sociedades.» El problema es estructural. Esto queda evidente con la incapacidad del complejo industrial militar de desarrollar sistemas de armas competitivos, incluso gastando trillones de dólares” (Lama, pp. 248, 2023). Sin embargo, incluso con la «Pax Americana» naufragando, un Imperio no se desmorona pacíficamente. A diferencia de lo que predicaba “el profeta del paraíso neoliberal”, Francis Fukuyama, la Historia no llegó a su «fin», sino que nos lanzó a un “vórtice hipersónico” movido por la “entropía catalítica” de un choque civilizatorio, huérfano de un árbitro universal…o de un Dios. Y el Papa Francisco no está más entre nosotros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

REFERENCIAS

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