UNA COSA ES LOS PROBLEMAS EN LA DIRECCION DEL ESTADO REACCIONARIO Y OTRA COSA ES EL DESARROLLAR DEL CAMINO DEL PUEBLO

Richard Gonzales
10 de octubre de 2025

Los problemas que enfrenta el capitalismo dependiente del imperialismo en el Perú no son nuevos y están estrechamente vinculados a su modo de producción, aún caracterizado por un capitalismo tardío. Las relaciones productivas existentes atraviesan una profunda crisis, que forma parte de la crisis general del sistema imperante. Las disputas por el poder y la persistente acumulación del capital tienen como contraparte la más descarada explotación y opresión, expresadas en la precariedad laboral, la conculcación de derechos, la democracia formal y la disfuncionalidad del Estado. Ante el creciente descontento popular, la respuesta de las clases dominantes es el autoritarismo y la caotización de la sociedad, como mecanismos para contener la lucha de las masas que desborda los límites del orden burgués.

Pero el asunto va más allá de los hechos coyunturales. Debemos comprender los sucesos de este país como manifestaciones de fenómenos universales, necesarios para explicar la caotización contemporánea de las sociedades. El problema de fondo radica en que el capitalismo en su fase imperialista ha alcanzado un nivel de reaccionarización tal, que hoy barre con su propia democracia liberal y con los derechos que alguna vez proclamó, intentando imponer un nuevo conservadurismo moral y social, una redefinición regresiva del orden mundial.

Para ello, las élites capitalistas buscan romper toda cohesión social y nacional, destruir los límites y los obstáculos heredados de las revoluciones burguesas que aún contenían parcialmente la voracidad del capital. Pretenden así garantizar el derecho absoluto de las corporaciones, llevándolo al extremo de una codicia sin restricciones.

De ahí que necesiten promover un conflicto permanente y profundo para justificar lo que Steve Bannon denomina una “crisis civilizatoria”. Como él mismo señala: “No basta ganar elecciones, tomar instituciones, infiltrar cargos públicos o influir en los think tanks; se trata de moldear estructuras estatales” para un mayor desencadenamiento del poder real burgués.

En ese marco, la Cuarta Revolución Industrial acelera este proceso, en el que se busca el control total de la población y el dominio global mediante la tecnología. Para el capital transnacional, la democracia liberal —con ciertos derechos extendidos— entra en conflicto con lo que ellos consideran su “libertad individual” y el “progreso tecnológico ilimitado”. En consecuencia, plantean no la igualdad universal, sino la desigualdad estructural como principio de funcionamiento del sistema.

En sus propias concepciones, libertad y democracia ya no son compatibles en sus formas actuales. Se debe, según ellos, abandonar el humanismo de la revolución burguesa y avanzar hacia una etapa “poshumanista”, donde la tecnología sustituya al ser humano como fuerza de trabajo. Proponen así un maquinismo extremo, una tecnomanía o incluso un neofeudalismo tecnológico.

Estamos, pues, ante un proceso de nihilismo y antihumanismo: la desintegración del valor del ser humano como sujeto central. La centralidad del “hombre” como valor supremo del capitalismo liberal está agotada. En su lugar, se promueven los flujos del capital, el mecanicismo tecnológico y otros procesos evolutivos desprovistos de toda referencia humana. Sobre esa base se proyecta el ideal del “homo deus” de una minoría privilegiada, mientras el resto de la humanidad es reducido a siervos sin derechos ni libertades, subordinados a los designios de las élites.

El resto de la población se convierte, gradualmente, en un excedente eliminable, ya sea mediante la guerra, el hambre o los llamados “métodos blandos” de control poblacional. De esta manera, las sociedades son caotizadas deliberadamente para provocar que los propios explotados se eliminen entre sí, reduciendo el “exceso” humano que el capital ya no necesita.

Estas élites proponen una sociedad dirigida por corporaciones jerarquizadas, no por votos ni por derechos universales, sino por el poder de unos pocos. Se trata de un elitismo global, una forma de darwinismo social, la implantación de una aristocracia tecnológica o tecnocapitalismo.

Según su planteamiento, el futuro no pertenece a las masas ni a su acción transformadora, sino a las máquinas, los algoritmos y las redes autónomas. El objetivo es liberar al capital y a la tecnología de toda restricción moral o democrática, instaurando un autoritarismo tecnológico y poshumano extremo, una auténtica filosofía del caos y del colapso, carente de toda ética humana.

Solo comprendiendo estos procesos podemos explicar los sucesos del mundo actual. Lo que se halla en marcha es la acción deliberada de las élites globales contra la humanidad, razón por la cual se requiere mayor conciencia, capacidad de lucha, rebeldía y organización universal como contraparte de estos planes en curso.

Los sujetos históricos deben activarse con decisión y firmeza frente al sistema inicuo y cruel que pretende conducirnos hacia una civilización de la deshumanización y la servidumbre tecnológica.

10/10/2025

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