Estados Unidos es la expresión más desarrollada del imperialismo, la cúspide de las consecuencias naturales del capitalismo en su última fase. Representa, por tanto, su máxima expresión civilizatoria y se constituye en el enemigo principal de los pueblos que luchan contra él.
Este poder es el resultado de siglos de acumulación y de la extracción de plusvalía de las naciones y pueblos del mundo, erigiéndose como el supuesto “faro de la humanidad” y la referencia para los demás países imperialistas y capitalistas. Sin embargo, ese proceso estuvo marcado desde sus orígenes por la violencia: se levantó arrancando carne y sangre ajenas, con una mentalidad de “superioridad racial” y con métodos gansteriles de acumulación. El mundo consciente conoce este camino, que los condujo a convertirse en superpotencia hegemónica.
Existen numerosas obras que analizan este proceso. Entre ellas destaca la monumental investigación del periodista argentino Gregorio Selser, Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina, escrita en el exilio en México (1976). En sus cinco tomos, Selser narra con precisión las intervenciones de Estados Unidos en la región, citando a sus propios dirigentes y desenmascarando ante el mundo la práctica rapaz y criminal de este imperialismo.
El imperialismo estadounidense está teñido con la sangre de millones de pueblos, sostenido por mafias, carteles, gánsteres e invasores. Hoy, además, se suman la pederastia, la pedofilia y una degeneración moral rampante que se oculta tras un falso discurso de “moralidad”. Son inmorales desde la raíz: su sistema de producción se basa en vivir del trabajo ajeno.
Ya lo advirtió Bolívar: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar de miserias la América en nombre de la libertad”. Ese proyecto neocolonial y fascista se profundiza en la actualidad, contando con esbirros nativos en cada nación sometida y en disputa con otras potencias por el control del mundo, sembrando sangre y guerras.
El mito de su “superioridad racial” es falso. Antes de 1500 no había blancos en el territorio que hoy es Estados Unidos. Los primeros llegaron en 1513 con Juan Ponce de León, seguido de las fundaciones coloniales en 1526 y 1565. Más tarde, en 1620, los peregrinos del Mayflower establecieron Plymouth en Massachusetts. Es decir, su “herencia histórica” arranca con la colonización, la esclavitud y las leyes segregacionistas que moldearon tanto su cultura como sus instituciones.
Hoy el imperialismo estadounidense se muestra como lo que es: un poder parasitario y financiarizado, que vive de la renta y la especulación, mientras criminaliza a los migrantes. El trasfondo es el miedo al reemplazo cultural y racial, disfrazado con la llamada “teoría de la gran sustitución”, que acusa a la migración –principalmente latina– de amenazar la “mayoría blanca”. En realidad, lo que ocurre es que enfrentan una crisis estructural: pérdida de hegemonía mundial, polarización social, desempleo, desigualdad creciente y declive industrial.
Ante la posibilidad de explosiones sociales por el deterioro del nivel de vida, recurren a políticas de “seguridad nacional” con trasfondo racial, de clase y cultural. Esto explica el avance del autoritarismo, la criminalización, la censura y la represión. Es un proceso de fascistización de toda la sociedad: persecución a la disidencia, eliminación del disenso incluso dentro de sus propias filas, y utilización de figuras como ANTIFA para justificar leyes “antiterroristas” y boicotear movimientos antiimperialistas y pro-palestinos.
El macartismo de los años 50 resurge con mayor crudeza. Hoy, bajo un sistema bipartidista en bancarrota –dos caras de la misma moneda–, se impone un modelo corporativo y rentista que mutila a su propio pueblo y oprime a las naciones del mundo. El liberalismo estadounidense muestra su quiebra, generando frustración, estancamiento y deterioro social, lo que incluso alimenta propuestas de terceros partidos, como las impulsadas por activistas y juristas como Theresa Amato (Grand Illusion: The Myth of Voter Choice in a Two-Party Tyranny).
En síntesis, el imperialismo estadounidense se hunde. Ningún imperio ha sido eterno, ninguna civilización ha perdurado. La ley del progreso histórico dicta que lo nuevo se impone sobre lo viejo. Aunque los procesos sociales son complejos, la sucesión de sociedades nuevas sobre las viejas es inevitable.
29/09/2025