Introducción
El marxismo, desde su surgimiento en el siglo XIX con las obras de Karl Marx y Friedrich Engels, ha trascendido su condición de teoría política para consolidarse como una filosofía científica, una metodología transformadora y una praxis revolucionaria. Además de una concepción científica del mundo, es una herramienta teórico-práctica que busca comprender y transformar las estructuras sociales desde una visión materialista dialéctica, superando las abstracciones idealistas y las limitaciones del pensamiento burgués. En los complejos tiempos actuales, caracterizada por la descomposición del modo de producción capitalista y su fase imperialista, el marxismo se eleva a su tercera y superior etapa: marxismo-leninismo-maoísmo, en el marco del fragor de la gran ley de la lucha de clases.
Este ensayo explora el marxismo en su rica y compleja totalidad: como filosofía científica, ciencia social, ideología revolucionaria, teoría crítica, metodología de análisis, praxis liberadora y estilo de vida comprometido con la emancipación humana. A lo largo de esta reflexión, se destacará su plena vigencia, brillante perspectiva y formidable herramienta de lucha frente a los crecentes desafíos de la decadencia capitalista y las pugnas interimperialistas.
Conceptualización del Marxismo
El marxismo se erige sobre los pilares del materialismo dialéctico e histórico, una concepción rigurosa que comprende el mundo como un proceso dinámico impulsado por contradicciones materiales. A diferencia de las visiones idealistas que privilegian las ideas sobre las condiciones objetivas, el marxismo plantea que «no es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el contrario, su ser social el que determina su conciencia» (Marx, 1848/2010, p. 23). Esta premisa revela que las relaciones de producción y la base material económica constituyen el fundamento de la súper estructura política, jurídica e ideológica.
Retomando la dialéctica hegeliana, pero despojándola de su misticismo idealista, Marx y Engels (1848/2010) anclaron el método dialéctico en la lucha de clases -entendida como motor de la historia y expresión concreta de las contradicciones materiales-. En el insepulto capitalismo, este antagonismo entre las clases sociales: burguesía y proletariado no es un mero concepto abstracto, sino la fuerza motriz que explica las transformaciones históricas y sociales. Así, el marxismo trasciende lo filosófico para consolidarse como ciencia social y política sosteniendo la necesidad de luchar por el socialismo como etapa de transición hacia el comunismo.
Para Marx, el socialismo surge de la revolución proletaria que derroca al capitalismo, instaura la dictadura del proletariado, y socializa los medios de producción suprimiendo progresivamente la propiedad privada, sentando las bases materiales para marchar hacia la sociedad comunista: una sociedad sin clases, sin Estado ni explotación, en que el desarrollo humano pleno sea posible. Así, el marxismo-leninismo-maoísmo no solo analiza y sintetiza el capitalismo y su fase imperialista, sino que provee el programa revolucionario para su superación histórica.
El marxismo como filosofía científica: materialismo dialéctico
En su núcleo esencial, el marxismo constituye una filosofía científica fundamentada en el materialismo dialéctico, que comprende la realidad como un proceso en constante movimiento y transformación, en que las contradicciones materiales actúan como motor del desarrollo histórico. Esta concepción, que supera radicalmente las filosofías idealistas, postula la primacía de la materia sobre la conciencia (Engels, 1886/1984), revelando cómo toda formación económica social encuentra sus raíces en las condiciones materiales de existencia.
Más que un sistema especulativo, el marxismo desarrolla una auténtica ontología del cambio, un método para comprender la realidad a través de sus contradicciones internas y determinaciones históricas. Como destacó Lenin (1909/1973), «la dialéctica, como teoría del conocimiento, enseña que no existe la verdad absoluta fuera de la práctica histórica». Esta perspectiva materialista, que Marx y Engels (1845/2012) opusieron al idealismo hegeliano, se expresa con claridad en su tesis fundamental: «no es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia» (La ideología alemana, p. 36), principio que permite desentrañar las bases socioeconómicas de toda superestructura jurídica, política e ideológica.
La potencia del marxismo reside precisamente en esta unidad indisoluble entre teoría y práctica. Como ideología científica, desenmascara los mecanismos de dominación de clase que se afianza en la IV Revolución Industrial, Guerra Cultural o Cognitiva y manipulación mediática; como herramienta transformadora, orienta la acción revolucionaria partiendo de lo viejo o caduco hacia lo nuevo o superior. En palabras de Lenin (1902/2018), «sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria». Hoy, cuando el capitalismo global enfrenta crisis múltiples -desde la destrucción de la naturaleza hasta las fuerzas productivas-, el marxismo sigue ofreciendo el marco teórico y programático más coherente para superar este sistema mediante la praxis colectiva (Harvey, 2010), demostrando su permanente vigencia como guía para la emancipación de la humanidad.
La concepción materialista dialéctica del mundo y su dimensión revolucionaria
La dialéctica materialista, sistematizada por Engels en Dialéctica de la naturaleza (1883/2016), constituye un marco teórico-metodológico para comprender tanto los procesos naturales como sociales, en tanto totalidades dinámicas, donde las contradicciones -como la lucha de clases- operan como motores del cambio histórico. Esta concepción, que rechaza tanto el pensamiento metafísico como las corrientes posmodernas burguesas que fragmentan el análisis de la realidad (Eagleton, 2011), permite desvelar las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad en su conexión con la base material.
Paradójicamente, mientras Marx y Engels criticaron la «ideología» como falsa conciencia -esa representación invertida de las relaciones sociales que naturaliza la dominación-, el marxismo asume conscientemente su carácter de ideología científica revolucionaria. Es decir, se configura como un sistema de ideas orgánico que expresa los intereses históricos del proletariado, las naciones oprimidas y los pueblos del mundo, renunciando a cualquier pretensión de neutralidad. Como señaló Althusser (1970), el conocimiento científico siempre está situado socialmente, y el rigor del marxismo no se debilita por su compromiso emancipador, sino que adquiere pleno sentido al vincularse con la praxis transformadora.
Esta doble condición -explicación científica y guía para la acción- sintetiza la esencia del marxismo. Así, el marxismo trasciende el academicismo para convertirse en un arma teórica al servicio de las luchas contra la explotación y opresión capitalista.
El marxismo como ciencia crítica
El marxismo se erige como ciencia al descubrir las leyes objetivas que rigen el desarrollo social, particularmente las contradicciones inherentes al capitalismo. En su obra cumbre El Capital (1867/2011), Marx no simplemente describe, sino que desnuda los mecanismos estructurales de explotación a través de su teoría del valor-trabajo, demostrando cómo la plusvalía extraída a las masas trabajadoras es la base de la acumulación capitalista y cómo ésta genera necesariamente crisis recurrentes. Su método revolucionario -la crítica de la economía política- integra dialécticamente el análisis histórico concreto con la abstracción científica, superando tanto el empirismo descriptivo como las especulaciones idealistas.
La gran ruptura epistemológica de Marx y Engels consistió en transformar el socialismo de utopía en ciencia, estableciendo el materialismo histórico como marco teórico que explica y sustenta el desarrollo social a través de la contradicción fundamental entre fuerzas productivas y relaciones de producción (Marx, 1859/2011). Este enfoque no se contenta con registrar fenómenos sociales, sino que revela las tensiones antagónicas que impulsan los cambios históricos cualitativos, desde el origen de la propiedad privada hasta las revoluciones sociales.
Contrario al positivismo burgués que se jacta de neutralidad mientras fragmenta la realidad, el marxismo se constituye como ciencia crítica por excelencia, puesto que su potencia analítica radica precisamente en desmontar la lógica oculta del capital: el fetichismo que convierte relaciones sociales en propiedades de cosas, la alienación que enajena al trabajador de su producto, y los dispositivos sistémicos que reproducen la dominación. Así, el marxismo cumple una doble función: es a la vez teoría explicativa y arma conceptual para la praxis transformadora, confirmando en el plano científico la undécima tesis sobre Feuerbach: no basta con interpretar el mundo, se trata de cambiarlo.
El marxismo como ciencia y metodología revolucionaria
El marxismo constituye una auténtica ciencia social al aplicar un riguroso análisis materialista a los fenómenos históricos. Como demostró Engels (1883/1975), el socialismo se transformó de utopía en ciencia cuando Marx descubrió las leyes objetivas del desarrollo social. En El Capital (1867/2018), estas leyes -desde la acumulación de capital hasta la extracción de plusvalía- no son construcciones especulativas, sino conclusiones derivadas de la observación empírica sistemática y el análisis histórico concreto.
Su metodología científica se fundamenta en la dialéctica materialista, que permite:
-Analizar las contradicciones inherentes a los sistemas sociales (ej.: cómo la acumulación capitalista genera simultáneamente riqueza concentrada y miseria masiva)
-Realizar abstracciones científicas que van «de lo concreto caótico a lo concreto pensado» (Marx, 1857/1980)
-Reconstruir la totalidad social en sus múltiples determinaciones.
Asimismo, el método marxista integra tres dimensiones clave:
- Abstracción y concreción:Desde categorías fundamentales como la mercancía hasta el análisis del capitalismo global contemporáneo
- Unidad teoría-praxis:Donde el conocimiento se verifica y enriquece en la lucha social (Marx, 1845/2012)
- Análisis de clases:Como eje para comprender los conflictos sociales.
Este enfoque desafía radicalmente:
-El positivismo que fetichiza los «hechos» neutrales.
-El neoliberalismo que naturaliza la explotación, opresión y depredación.
-Las epistemologías posmodernas que fragmentan la realidad.
El marxismo como paradigma crítico-transformador
El marxismo cumple una doble función:
- Develadora:Desenmascara las relaciones de poder ocultas tras las apariencias del mercado.
- Orientadora:Proporciona herramientas para la acción revolucionaria (Lenin, 1917/1964)
El marxismo como guía teórica y praxis transformadora
El marxismo trasciende el plano teórico para constituirse en praxis revolucionaria: la unidad dialéctica entre reflexión crítica y acción transformadora. Esta dimensión práctica no es accesoria, sino el criterio de verdad de la teoría misma, como afirmaba Marx en sus Tesis sobre Feuerbach. En lo personal, he comprobado cómo el marxismo adquiere pleno sentido cuando se encarna en luchas concretas: desde la participación en sindicatos que resisten la precarización laboral hasta la organización de cooperativas autogestionarias que prefiguran relaciones sociales no capitalistas. Estas experiencias confirman que el cambio radical no surge de la mera especulación, sino de la práctica colectiva que cuestiona las estructuras de dominación.
La praxis en Marx es la unidad dialéctica de teoría y práctica. Es actividad transformadora consciente, que parte del análisis científico de la realidad para intervenir en ella con horizonte revolucionario. La praxis marxista supera el academicismo estéril y el activismo ciego. Une el saber con el hacer, el pensar con el luchar. Como lo recuerda Gramsci (1932/2007), se trata de forjar una nueva hegemonía, una nueva cultura, que nazca del pueblo y se construya con conciencia de clase.
Moral comunista y coherencia vital
Desde Marx y Engels aprendemos que los valores dominantes en una sociedad no son neutrales: son los valores de la clase dominante. En el capitalismo, nos enseñan que el éxito individual, el dinero, la competencia y el “sálvese quien pueda” son lo correcto. Pero quienes batallamos por transformar esta injusta realidad, quienes creemos en una humanidad emancipada del yugo del capital y la explotación, no podemos aceptar esos valores como propios.
Lenin nos recuerda que ser revolucionario no es solo tener ideas correctas, sino vivirlas con consecuencia. El revolucionario no es aquel que habla bonito o escribe libros; es quien entrega su vida a la causa del pueblo, quien organiza, quien lucha, quien se disciplina, quien también se equivoca… pero no deja de avanzar. La moral comunista no está hecha de palabras, sino de actos.
Mao Tse-tung, con su honda sabiduría práctica, nos enseñó que el revolucionario debe estar siempre al servicio del pueblo. Que no basta con estar “con” el pueblo en el discurso: hay que estar en medio del pueblo, como uno más, compartiendo alegrías, sufrimientos y combates. Para él, la moral se construye en la práctica diaria: en cómo tratamos a los demás, en cómo enfrentamos nuestras debilidades, en si estamos dispuestos a la autocrítica, en si aprendemos de las masas en lugar de imponerles.
Y ahí aparece una idea esencial: la coherencia vital. No podemos decir que somos revolucionarios si en la vida diaria reproducimos los valores decadentes del sistema que queremos transformar. La coherencia vital es vivir lo que pensamos, es hacer de nuestra vida una herramienta para la transformación colectiva. Es saber que la revolución comienza por uno mismo, pero nunca se queda ahí.
Conclusión
El marxismo en el tercer milenio se ha desarrollado ha marxismo-leninismo-maoísmo. Se caracteriza por ser una totalidad viva, que no puede reducirse a una simple doctrina ni a un sistema teórico cerrado. Es una visión del mundo profundamente comprometida con la emancipación de la humanidad y los pueblos; es filosofía, teoría, ciencia, método, ideología, praxis, paradigma, moral y, sobre todo, una necesidad vital. Enarbolarlo, defenderlo, encarnarlo y aplicarlo es asumir una mirada transformadora de la vida y del mundo, desde la ciencia y la pasión, desde la razón y la acción, desde el compromiso con el proletariado, los pueblos y sus luchas. En tiempos de repliegue, confusión y oscuridad, el marxismo sigue siendo una chispa encendida en la historia: no solo para comprender el mundo, sino para transformarlo desde abajo, junto a los pueblos, sus luchas y sus sueños. Corresponde enarbolar optimismo histórico y desbordar entusiasmo proletario.
Referencias
- Althusser, L. (1970). Ideología y aparatos ideológicos del Estado. Siglo XXI.
- Eagleton, T. (2011). Por qué Marx tenía razón. Península.
- Engels, F. (1883/1975). Socialismo utópico y socialismo científico. Editorial Progreso.
- Engels, F. (1984). Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana(Original publicado en 1886). Ediciones Pueblos Unidos.
- Engels, F. (2015). Dialéctica de la naturaleza(Original publicado en 1883). Akal.
- Gramsci, A. (2007). Cuadernos de la cárcel(Original publicado en 1932). Ediciones Era.
- Harvey, D. (2010). El enigma del capital. Akal.
- Lenin, V. I. (1917/1964). El estado y la revolución. Editorial Progreso.
- Lenin, V. I. (1973). Materialismo y empiriocriticismo(Original publicado en 1909). Progreso.
- Marx, K. (1845/1976). Tesis sobre Feuerbach. En K. Marx & F. Engels, Obras escogidas(pp. 63–65). Editorial Progreso.
- Marx, K. (1980). Grundrisse. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política(Original publicado en 1857–58). Siglo XXI.
- Marx, K. (2011). Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política(Original publicado en 1859). Ediciones Akal.
- Marx, K. (2012). La ideología alemana(Original publicado en 1845). Akal.
- Marx, K. & Engels, F. (1848/2010). Manifiesto del partido comunista. Alianza Editorial.