La guerra permanente, ya sea entre potencias imperialistas o contra naciones oprimidas, forma parte de la gran ley de la lucha de clases: generar disturbios, fracasos y ruinas como parte de la dinámica del sistema capitalista.
La actual escalada bélica entre Israel e Irán no es más que la persistencia del imperialismo por mantener su hegemonía unipolar, el papel de gendarme global y las viejas tesis del «destino manifiesto» y el «monroísmo» aplicadas a escala planetaria.
Esta guerra, en la que Israel enfrenta a Irán —y en la que Estados Unidos interviene directamente para defender al Estado sionista, terrorista y genocida, artificialmente creado tras la Segunda Guerra Mundial con el fin de extender su dominio sobre Medio Oriente— adquiere hoy una relevancia mayor, dada la presencia activa de China y Rusia en el tablero de la política internacional.
Además, entran en escena nuevas potencias regionales en un contexto donde ya no existe un único centro de poder, sino varios. Algunos son preponderantes, otros están en disputa, pero en esencia asistimos a grandes transformaciones en las relaciones de poder e influencia mundial.
Hoy, los bloques de poder se enfrentan en todos los ámbitos, mientras el bloque imperial en decadencia muestra signos cada vez más claros de declive, lo cual explica su matonería y desesperación. Frente a este ocaso, el nuevo bloque en construcción necesita tiempo para consolidarse como alternativa hegemónica. Este bloque propone un nuevo orden mundial sustentado en una visión multipolar.
En este escenario de tensiones globales, se ha producido una suspensión táctica de las hostilidades en Medio Oriente, que no es más que una pausa estratégica para evaluar lecciones, corregir debilidades y rearmarse para nuevos enfrentamientos.
En función de esta nueva confrontación de poderes mundiales, el rearme de Europa ya está en marcha. En la reciente cumbre de la OTAN, se aprobó la ampliación de las capacidades militares del bloque. Alemania ha solicitado desarrollar armas nucleares; Francia ya las posee, al igual que el Reino Unido. En Estados Unidos se han aprobado presupuestos billonarios destinados al desarrollo tecnológico y armamentista, buscando equipararse o superar las capacidades de sus rivales.
Es decir, la guerra continúa en su fase preparatoria, con reajustes logísticos y estratégicos derivados de las recientes confrontaciones militares.
La historia nos enseña, una y otra vez, que los imperios —en su formación, auge y decadencia— se definen a través de guerras. También lo hacen los sistemas, en su surgimiento y colapso. Por eso, en este primer siglo XXI, somos testigos de grandes transformaciones, grandes guerras… y también, potencialmente, de grandes revoluciones.
Todo dependerá de que la clase más revolucionaria esté a la altura de su papel histórico, porque sin ella, no hay futuro posible para los pueblos del mundo.
01/07/2025