

IMPERIALISMO-PUEBLOS Y NACIONES OPRIMIDAS
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Introducción
El caso Jeffrey Epstein trascendió el escándalo individual para convertirse en un reflejo siniestro del poder global. Sus vínculos con políticos, banqueros, miembros de la realeza y agencias de inteligencia revelaron una red criminal institucionalizada que operó con impunidad. Este fenómeno no puede desligarse de la crisis estructural del capitalismo y, en particular, del declive del imperio estadounidense. La red Epstein no solo expuso abusos sexuales y tráfico de menores, sino que evidenció una decadencia sistémica en los pilares que sostienen la hegemonía de Estados Unidos:
El neoliberalismo exalta el éxito individual, el dinero como valor supremo y el cuerpo como mercancía, creando una cultura donde el abuso se tolera si está respaldado por riqueza o estatus. Como señala el filósofo Byung-Chul Han (La expulsión de lo distinto, 2017), este sistema reemplaza la ética del bien común por una lógica instrumental que borra los límites morales. Epstein encarnó esa paradoja: un depredador aberrante, pero exitoso según los estándares capitalistas.
Estados Unidos se presenta como garante del Estado de derecho, pero Epstein evitó consecuencias graves gracias a acuerdos judiciales privilegiados. En 2008, el fiscal Alexander Acosta firmó un pacto de no enjuiciamiento que, según el Miami Herald (2018), se ocultó incluso a las víctimas, violando la Ley de Derechos de las Víctimas del Crimen. Este caso ilustra cómo la democracia está secuestrada por intereses oligárquicos.
Epstein fue financiado y protegido por actores financieros que nunca rindieron cuentas. The New York Times (2019) reveló que JPMorgan Chase mantuvo relaciones comerciales con él incluso después de su condena en 2008. Esto demuestra que el capitalismo contemporáneo no solo tolera el crimen de élite, sino que se sustenta en él.
El escándalo Epstein expuso la participación o complicidad de figuras influyentes en crímenes atroces. Investigaciones como The Franklin Scandal (Nick Bryant, 2020) documentan vínculos entre élites políticas y redes de tráfico de menores desde los años 80. Time (2019) confirmó conexiones con Bill Clinton, Donald Trump, el príncipe Andrew y Larry Summers, entre otros, sin que esto generara consecuencias jurídicas o sociales duraderas. Esta normalización del abuso refleja la degradación ética de las clases dominantes.
La impunidad de Epstein no se explica sin la complicidad de sectores estatales. Según la periodista Whitney Webb (One Nation Under Blackmail, 2022), agencias como el Mossad habrían infiltrado su red para recolectar información comprometedora de líderes mundiales. Esto revela una captura del Estado por grupos que operan al margen de la ley, erosionando la soberanía nacional.
A pesar de la gravedad de los delitos, las sanciones fueron mínimas y las investigaciones, opacas. Un informe del Government Accountability Office (GAO, 2020) detectó fallas sistemáticas en la protección de víctimas cuando los acusados son figuras de alto perfil. La selectividad judicial confirma que la justicia estadounidense sirve al poder, no a la equidad.
Los grandes conglomerados mediáticos han minimizado o tergiversado el caso. Fox News y Newsmax relativizaron los vínculos de Trump con Epstein, mientras que CNN y MSNBC centraron sus críticas en él, omitiendo a demócratas implicados como Bill Clinton. El documental de Netflix sobre Epstein (2020) omitió nombres clave, sugiriendo autocensura por intereses corporativos. Este doble estándar alimenta la polarización mientras protege a la oligarquía.
Reflexión final
Cuando un imperio no puede controlar su propia corrupción ni investigar a sus agencias infiltradas, pierde autoridad interna y externa. Según el Pew Research Center (2020), la confianza global en el liderazgo de EE.UU. cayó a mínimos históricos durante el escándalo Epstein. Esta erosión moral es síntoma de un declive irreversible. Epstein no fue un caso aislado: fue un nodo de poder que reveló la podredumbre del sistema imperial.
Conclusión
La historia muestra que los imperios en decadencia se corroen desde dentro, incapaces de frenar sus propias redes criminales. Su última opción es la centralización autoritaria, la militarización del Estado y el abandono de sus principios constitucionales. Pero esta crisis también abre una grieta: la oportunidad para que emerjan fuerzas emancipadoras, siempre que las masas elevan su conciencia política hacia una transformación sistémica.
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